domingo, 11 de octubre de 2009

Tela de araña


Camino por Canal Street, la avenida fronteriza entre Soho, Tribeca y Lower East Side, adentrándome en Chinatown. Acudo al número 255, donde Antonio, un vecino de Harlem que me echa los tejos desde que nos conocimos -hace pocos días-, celebra la fiesta de clausura de su exposición: fotomontajes con algún desnudo y videocreaciones, todo ello distribuido en varias salas de una galería .
Una vez allí -le acompaña un guapísimo fotógrafo hetero, Íñigo, que ya tengo visto- me invita a una copa de vino y empieza a presentarme gente. La diferencia entre pasar por NYC como turista o residir aquí es que, en el segundo caso, uno puede acceder a los círculos españoles, a una interesante colonia de compatriotas que pasa desapercibida para quien llega a la ciudad sin más alternativa que correr para intentar verlo todo en una semana (lo cual, por otra parte, es imposible).
Pero si no es tu caso, si te puedes permitir recorrer la ciudad y sus noches sin prisa, entonces casi sin darte cuenta vas siendo acogido bajo un inesperado ambiente de hospitalidad. Porque aquí la gente se va conociendo en las fiestas. Me he cansado de escuchar la frase "ah, sí, ya sé de qué nos conocemos; coincidimos en la fiesta de X, ¿te acuerdas?". Nueva York es la ciudad que nunca duerme, y he comprobado que es absolutamente cierto. Todos los días de la semana hay partys (muchas privadas, en pisos particulares) y es en ellas donde te van presentando gente. Doy fe de que son muy divertidas. En la mayor parte de los casos, los anfitriones te cuentan que llegaron a la ciudad de paso, y que al final se quedaron.
Nueva York atrapa. Y lo entiendo.

Yo, sin pretenderlo, salí de la exposición con dos invitaciones a cenas en casas de españoles -una en Brooklyn, otra en Hell's Kitchen- y un cumpleaños a la noche siguiente en un coqueto miniapartamento situado en pleno corazón del Village donde vive una encantadora pareja gay (uno de ellos un pintor bastante conocido en su país, Brasil). Ambos -28 y 30 años- son muy atractivos, debo reconocerlo. Qué coño; están tan buenos que no me importaría montarme un trío con ellos (y eso que mi escasa experiencia en ese tipo de juegos es poco alentadora).
No lo voy buscando, de verdad. Pero desde que he llegado a esta ciudad no hago más que rodearme de chicas y gays.
Y de salir. He salido t-o-d-a-s las noches, y llevo en NYC 12 días.

Y así vas sumergiéndote en este red de exiliados, tejiendo tu propia tela de araña de conocidos y nuevos amigos porque muchas de esas personas se conocen entre sí. Cada cita conduce a otras. Y, para cuando te quieres dar cuenta, te has incorporado a un ritmo social sorprendente. Artistas, científicos, diseñadores, informáticos, empresarios... todos permanecen aquí mientras van logrando hacerse un hueco en la gran manzana.

Próximamente:
1).- Cómo acabar desnudo en la cama de un chico de Nueva Jersey (y no follar).
2).- Cómo colarse en la casa de Hugh Jackman.