sábado, 30 de enero de 2010

EL ENCANTO DE LO ARISTOCRÁTICO



Estoy leyendo "Retorno a Brideshead", la melancólica narración de una ambigua amistad entre dos jóvenes estudiantes de Oxford durante los años veinte. Son tan exquisitos, tan guapos, tan frívolos... Me encanta ese ambiente aristocrático ajeno al mundo.

La ventaja es que yo puedo visualizar los escenarios; durante la carrera mis padres me enviaron dos veranos a estudiar inglés a un college en Cambridge -el Selwyn College-, y visité un par de veces Oxford. En aquellos cursos no aprendí nada, claro, aunque adquirí un exhaustivo conocimiento sobre fiestas y anatomía de compañeros demasiado pijos (mi conocimiento fue sólo de vista, me temo).

En realidad, a lo que me dedicaba los fines de semana era a alejarme de la aburrida familia que me alojaba (y de su espantoso adosado con baño enmoquetado y siete gatos) para escapar a Londres. Adoraba sumergirme en la vida intensa de sus calles. Es la ciudad donde por primera vez me sentí libre, donde pude ser yo mismo en una época donde todavía guardaba celosamente el secreto de mi homosexualidad. Quizá por eso es mi lugar favorito para perderme (y he viajado mucho), un lugar al que siempre vuelvo.

En aquella época aún no me atrevía a buscar locales de ambiente, aunque hacía lo que podía. Recuerdo que el jardinero del Selwyn College me ponía, a pesar de que no era guapo (influye que solía ver su sorprendente torso sin camiseta)-estoy con él en la foto, yo asistía a un coñazo de curso sobre British Culture en el edificio que tenemos a nuestra espalda-. Liarme con aquel chico habría constituido un affaire que Sebastian (el prota sibarita de Retorno a Brideshead), muy clasista, jamás hubiera aprobado. ¡Un romance con el servicio! Yo, en cambio, para eso soy poco elitista; me basta con que el objetivo esté bueno. No pido referencias (acaso sexuales).



(Foto: Fiesta en la casa donde se alojaba un compañero japonés. El chico que me agarra del cuello es un turco que se llamaba Orham, de Estambul. Me ponía burro porque, aunque en la foto no sale muy favorecido, tenía un cuerpazo impresionante. Si fui a aquella lamentable party fue por él).

La novela "Retorno a Brideshead" me la recomendó Fernando, el ex de un buen amigo mío, Dani. He quedado a cenar con él este miércoles, pues me alojo en Madrid ya que al día siguiente tengo que coger un vuelo. Me gusta ese chico; Fernando tiene 31 años, delgado y moreno, un poco más alto que yo, con una barba de varios días que le queda bien, grandes ojos y una espectacular sonrisa. Viste muy normal, algo tiradillo, pero eso no impide que ya haya detectado bajo sus pantalones un culo sumamente interesante. Él está un poco acomplejado con su torso -poco atlético, simplemente-, me he dado cuenta. Pero para mí esa imperfección le hace más atractivo; al final, nada hay más aburrido que un cuerpo perfecto. Esa timidez, esa inseguridad que no puede evitar le hacen a mis ojos, además, entrañable.

Nos conocimos en una fiesta estas navidades -anda que no ha dado juego este fin de año-, y desde el principio hubo entre nosotros una maliciosa complicidad. Nada ha ocurrido todavía y dudo que ocurra este próximo miércoles, parecemos un par de viudas recientes incómodas con un luto que nos impide liberarnos. Tal vez sea la sombra de Dani, nuestro -ahora- mutuo amigo. Da igual, cuando una persona me interesa prefiero tomármelo con calma, me cansan esos polvos fugaces con desconocidos. Ambos sabemos que nos acabaremos acostando, lo hemos tenido claro casi desde el principio. Las bromas que nos dirigimos son cada vez más perversas, y ha surgido entre nosotros una sorprendente intimidad.

Él vive en un discreto estudio de Malasaña (aunque decorado con gusto), yo me alojaré en un hotel de Chueca que conozco de otras ocasiones. Cenar con él la última noche antes de un viaje que promete ser memorable (me voy a Río de Janeiro) parece un perfecto modo de despedirme de España hasta mi retorno.

No sé lo que acabará sucediendo, de todos modos. Espero que no tenga que enfrentarme a esos incómodos paréntesis que surgen cuando ninguno de los protagonistas se atreve a tomar la iniciativa; los típicos instantes tras la cena en los que la pareja se mira, se despide por cuarta vez, los dos incapaces de decir lo que ambos quieren: "¿Vienes conmigo?".

En fin; no creo que ocurra nada, ya lo he dicho. No todavía. Mientras tanto debería empezar a preparar el equipaje. De verano, eso sí.

domingo, 10 de enero de 2010


SU PRINCIPIO

Su ilícito placer ha sido satisfecho.
Se levantan y visten rápidamente, sin decir palabra.
Salen de la casa separados, furtivamente;
y mientras se alejan calle abajo algo inquietos,
sienten como si algo de ellos traicionara
la cama en la que han estado acostados.

Pero, qué ventaja para la vida del artista:
mañana, pasado mañana o un año de éstos, dará voz
a las poderosas líneas que aquí tienen su principio.

(Kavafis)

domingo, 11 de octubre de 2009

Tela de araña


Camino por Canal Street, la avenida fronteriza entre Soho, Tribeca y Lower East Side, adentrándome en Chinatown. Acudo al número 255, donde Antonio, un vecino de Harlem que me echa los tejos desde que nos conocimos -hace pocos días-, celebra la fiesta de clausura de su exposición: fotomontajes con algún desnudo y videocreaciones, todo ello distribuido en varias salas de una galería .
Una vez allí -le acompaña un guapísimo fotógrafo hetero, Íñigo, que ya tengo visto- me invita a una copa de vino y empieza a presentarme gente. La diferencia entre pasar por NYC como turista o residir aquí es que, en el segundo caso, uno puede acceder a los círculos españoles, a una interesante colonia de compatriotas que pasa desapercibida para quien llega a la ciudad sin más alternativa que correr para intentar verlo todo en una semana (lo cual, por otra parte, es imposible).
Pero si no es tu caso, si te puedes permitir recorrer la ciudad y sus noches sin prisa, entonces casi sin darte cuenta vas siendo acogido bajo un inesperado ambiente de hospitalidad. Porque aquí la gente se va conociendo en las fiestas. Me he cansado de escuchar la frase "ah, sí, ya sé de qué nos conocemos; coincidimos en la fiesta de X, ¿te acuerdas?". Nueva York es la ciudad que nunca duerme, y he comprobado que es absolutamente cierto. Todos los días de la semana hay partys (muchas privadas, en pisos particulares) y es en ellas donde te van presentando gente. Doy fe de que son muy divertidas. En la mayor parte de los casos, los anfitriones te cuentan que llegaron a la ciudad de paso, y que al final se quedaron.
Nueva York atrapa. Y lo entiendo.

Yo, sin pretenderlo, salí de la exposición con dos invitaciones a cenas en casas de españoles -una en Brooklyn, otra en Hell's Kitchen- y un cumpleaños a la noche siguiente en un coqueto miniapartamento situado en pleno corazón del Village donde vive una encantadora pareja gay (uno de ellos un pintor bastante conocido en su país, Brasil). Ambos -28 y 30 años- son muy atractivos, debo reconocerlo. Qué coño; están tan buenos que no me importaría montarme un trío con ellos (y eso que mi escasa experiencia en ese tipo de juegos es poco alentadora).
No lo voy buscando, de verdad. Pero desde que he llegado a esta ciudad no hago más que rodearme de chicas y gays.
Y de salir. He salido t-o-d-a-s las noches, y llevo en NYC 12 días.

Y así vas sumergiéndote en este red de exiliados, tejiendo tu propia tela de araña de conocidos y nuevos amigos porque muchas de esas personas se conocen entre sí. Cada cita conduce a otras. Y, para cuando te quieres dar cuenta, te has incorporado a un ritmo social sorprendente. Artistas, científicos, diseñadores, informáticos, empresarios... todos permanecen aquí mientras van logrando hacerse un hueco en la gran manzana.

Próximamente:
1).- Cómo acabar desnudo en la cama de un chico de Nueva Jersey (y no follar).
2).- Cómo colarse en la casa de Hugh Jackman.